Los crímenes de Cazuza Ferreira
(Hecho en octubre de 2011 por Cássia Corbo, Oscar Corbo, Rafaele Oliveira, Iramar Nunes, Virgínia do Erre e Camila Torres).
Agatha, joven investigadora de la policía, llega el lunes, en una noche de
lluvia en otoño, en el pequeño pueblo del distrito de Cazuza Ferreira, encontrando el Hotel Avenida (el único de la ciudad) cerrado
para reformas. La opción estaría en volver 22 km en piso de tierra para
disfrutar de los excelentes hoteles de San Francisco de Paula o la incomodidad
fría de su coche.
Ella estaba allí para investigar los asesinatos horribles que están ocurriendo
en la región, y por estar muy cansada, decidió dormir en el coche delante de la
iglesia. Por la madrugada, alrededor de 3 horas, los gritos desesperados la
despertaron. Las ventanas estaban empañadas, así que reuniendo el coraje a la
pistola Taurus, salió. Quizás el miedo, quizás el aire frío, o quizás ambas las
cosas, le trajo un escalofrío por su columna vertebral. Sin embargo, fue en
pasos recalcitrantes hacia los gritos.
Se desplazó al lugar, todavía un poco molesta, no estando segura si estaba
realmente despierta, o si se trataba de una extensión de sus sueños, que
insistía en mantenerla despierta en la mayoría de esas noches
interminables. Los gritos fueron intensificando a medida que se acercaba al
epicentro. Sin darse cuenta de que estaba en las sombras de la noche con arma
en puño, y se acordó de encender un cigarrillo para mejorar su concentración.
Fue en este preciso momento en que vio a una figura.
La figura de un hombre alto con sombrero, mirando a ella, le quitó cada
movimiento. Petrificada, sin saber si encendía un cigarrillo o engatillaba la
Taurus. Decidió correr el riesgo. En un impulso irreflexivo, tiró el cigarrillo
y con la velocidad de años en la academia, sacó su pistola amartillada a la
vista de la horrible figura. Fue con gran temor que escuchó el reír siniestro.
Desorientada, aún sin ver la cara del hombre misterioso le preguntó:
- ¿Quién eres tú? - ¿Qué estás haciendo?
El hombre oculto por la niebla y el color de la noche, le dijo:
- Usted me llamó y me vine...
La voz era muy grave, como si cargara siglos con ella. Apenas terminó de
pronunciar la frase enigmática, el hombre se fue hacia el lado sur de la
iglesia, donde la oscuridad reinaba. Ágatha regresó a su coche, tomó una
linterna y se fue hacia el lado sur de la iglesia. Con un valor inesperado se
unió a pasos largos en el sombrío cementerio municipal. Falló en la frente de
un mausoleo con la puerta abierta.
Esperó un rato, no podía creer que estaba viviendo este drama. Fue en ese
momento que se dio una breve reflexión sobre los acontecimientos pasados de
su vida y cuánto tiempo había perdido en cosas frívolas. En ese momento una ola
de miedo y la desesperación la hicieron entrar en pánico. Oyó la voz chillona a
pocos metros de ella, o sería kilómetros de distancia. Decidió correr en el
cementerio. Ya era demasiado tarde y no tenía la dirección de donde estaba. La
voz continuaba a atormentarla, "Yo he venido porque me has llamado."
El pánico se apoderó de su ser. Se dio cuenta de que corría en círculos. Repite
ante sus ojos la misma lápidas desgastadas por el tiempo, los mismos ángeles de
piedra que la miraba con ojos de reproche, inquisidores crueles...
Allí estaba otra vez en frente del mausoleo.
- ¿Qué significaba todo aquello?, pensó.
Ágatha trató de controlar el miedo que insistía en que dominarla y entró en la
puerta tan abierta, tan invitativa...
El olor a podrido que venía de su interior, hizo retroceder unos pasos. Sin
embargo, tenía que continuar. No podía darse la vuelta y no resolver el caso
que la llevó a ese lugar. Avanzó. En el interior, la oscuridad y el frío era
aún más grandes que de la noche fuera. Con un débil haz de luz de su linterna y
su Taurus en la mano, tratando de devastar a la oscuridad a su frente.
- ¿Debido a que huele? ¡Este mausoleo es tan viejo!
Poco a poco la oscuridad dio paso a las sombras sinuosas. Entonces lo vio. Una
vez más. El mismo rostro cubierto por el negro de la noche, el mismo
sombrero...
El extraño dijo:
- Esta arma que sostienes
es inútil, ¡ya no soy de este mundo!
Quizás era inútil mantener el arma, pero el manejo de la pistola le daba una
falsa sensación de conforto y, racionalizado, de que era cierto que no podía
matarlo, podría llamar la atención de alguien que la ayude con el ruido de un
tiro.
- ¿Quién eres tú? Preguntó Agatha.
- Tengo muchos nombres y usted me llamó varias veces.
Entendiera instintivamente que estaba delante del ángel de la muerte, y
peor aún, era cierto que en sus episodios de depresión llamada por la muerte.
De hecho, optó por la peligrosa profesión de policía como una forma
insospechada de tendencia suicida.
- "¿Qué demonios, ahora que ella estaba feliz, el infierno decidió
responder a ella" Ágatha pensaba.
- "La hora ha llegado!" - gritó el ángel de la muerte...
Ágatha, dijo:
- Antes necesito saber una cosa: ¿Fue usted quien mató a toda esa gente?
- La figura respondió:
- Sí
La policía le pregunta:
¿Por qué?
La figura le contestó:
- ¡Porque ellos me llamaron también!
Dicho esto, aquella sombra sale de su frente y en la penumbra Ágatha ve un
cuerpo en el suelo... Lo reconoce:
- No puede ser... Usted desapareció de mi vida y ahora vuelve así!
Dijo cuándo mira el cuerpo sin vida de su ex novio Pablo.
Sintió su cuerpo congelar y ablandar, casi desmayando cuando escuchó:
- ¡Vamos! Usted no sentirá más dolor... Toda la tristeza que llamaba será
pasado.
En aquel momento ella siente que no tiene más fuerzas y se entrega a
aquel suelo húmedo de la noche, sus ojos no pueden resistir, mantenerlos
abiertos era demasiado pesado... Sentía cada vez más distantes sus sentidos.
- ¿Estoy alucinando?
No podría ser ilusión, ya que la sensación de que pasaba a través de su cuerpo
dejaba helados todos sus huesos y era nítido el olor a azufre en sus entrañas.
Estoy a punto de morir. Creo que pronto voy a ver a la dueña hoz en su caballo
amarillo.
- ¡No! Usted no controlará sobre mi voluntad de vivir... (Lo que consiguió
murmullar).
- Yo estoy presente y te invito a superar la barrera del más allá bramó el
cuerpo que se levantaba lentamente en su dirección.
- No, no lo haré, mi deseo de permanecer es más fuerte de lo que piensas.
En este momento se produjo una estruendo... Era una luz que clareaba toda lo la
oscuridad ...
Los coches de policía y de rescate llegaron de todos lados, rompiendo la puerta
oxidada del cementerio y iluminaron el mausoleo. El investigador Coimbra no
podía creer lo que veía. Cayó de rodillas junto al cuerpo sin vida de su
pareja. Ya era tarde.
Con lágrimas en los ojos se culpó por dejarla ir sola a Cazuza Ferreira. Era ella su pareja. No podría haberla abandonado en el
momento, pero no había más lo que hacer.
Al día siguiente, por la noche, en la oficina de la investigación. Miraba con
pesar a la mesa de Agatha. Vacía. Solitaria. Llamaba su presencia.
Recogió algunas de las pertenencias de su colega y se las llevó con él
para su casa. Ya era
tarde. Estaba desolado.
La noche reinaba y sólo pensaba en tomar un sorbo de The Macallan, cosecha
1926, que había ganado de su abuelo y reservaba para ocasiones especiales,
buenas o malas. Sorbo a sorbo fue dejando la tristeza hacer morada en su
corazón. No contenía las lágrimas que brotaban de sus ojos y dejaban su camisa
mojada. Por unos instantes deseó estar en el lugar de Ágatha. Tan joven. Tan
hermosa. Y muerta.
Fue en ese momento que sintió la sensación de que no estaba solo. No podría
decir si era real o si era el Macallan haciendo efecto. Una figura
familiar estaba sentada en su frente. Rostro en la oscuridad bajo el ala de un
sombrero. Sin embargo, algo le resultaba familiar en esa imagen. Fue entonces
cuando la vio. La pistola Taurus de Ágatha brillaba como un rayo de luz en sus
ojos.
- ¡Agatha! ¿Es usted ... Estás … ¿Qué estás haciendo?
- Usted me llamó y me vine...